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OPINIÓN | Pedro Castillo y la inútil tentación revolucionaria

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Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

(CNN Español) — Creo que no hay que darle más vueltas. Creo que en Perú va a ganar el maestro Pedro Castillo por una exigua minoría. Cabe decir que el apretado proceso electoral aún no ha dado resultados pues todavía se están evaluando las impugnaciones, pero Castillo tiene una estrecha ventaja. Un puñado de votos.

Del 100% de los votos escrutados por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), Castillo obtuvo el 50,125% mientras Keiko Fujimori recibió el 49,875%.

Ha sido, como dicen en España, “un final de infarto”. Votaron por él, mayoritariamente, las zonas rurales y las personas con nivel educativo básico, según una encuesta de intención de voto.

Basta un solo voto. Así es la democracia, todos tienen una voz, vale igual el voto de un catedrático universitario y de un analfabeto. Yo creo que va a triunfar el señor Castillo galopando en su jamelgo. En 2000, 537 sufragios en la Florida hicieron presidente de EE.UU. a George W. Bush.

En un tuit que le ha dado la vuelta al mundo, mii amiga Gloria Álvarez, prestigiosa libertaria guatemalteca, culpa a la derecha por haber creado las condiciones. Es verdad que Perú había crecido enormemente en los últimos años, como establece el economista José Tomás Esteves Arria, pasando de un “PIB por persona, desde 1990 que era de US$ 1.196, pasó en 2019 a US$ 6.977, esto es creció casi seis veces, lo que equivale a una tasa promedio interanual de crecimiento de 6,27%”. Pero esa no es toda la verdad.

Lo cierto es que la calidad de los bienes y servicios que brinda el Estado son de ínfima calidad. Las escuelas privadas son buenas, pero las públicas son muy malas. La sanidad privada es excelente, pero la pública es horrenda. El agua potable está bien “tratada” donde el servicio se distribuye por la red nacional, pero resulta cara para el pueblo que debe pagar por las pipas donde el servicio no llega, generalmente en los “pueblos jóvenes”, donde tampoco hay alcantarillados. Eso también sucede en Lima, donde se calcula que 700.000 habitantes carecen de servicio de agua y de alcantarillas, de un total de más de 10 millones de habitantes en el país.

El problema radica en la calidad de las personas reclutadas por el Estado. Para mí, la mayoría es incompetente y no quiere trabajar. Generalmente, no han sido contratados mediante concursos de idoneidad, sino por amiguismo. A muchos les pagan rematadamente mal y equilibran sus ingresos con las coimas.

Hay un porcentaje honorable que contradice estas afirmaciones, pero algunos de los jueces venden sus sentencias, algunos agentes en la policía sus persecuciones y ciertos burócratas la agilidad de sus trámites. Por lo menos, esa es la queja sempiterna que se escucha en el país desde Tacna, en el sur de Perú, hasta Tumbes, en el norte.

Pero lo grave es que Pedro Castillo quiere darle más recursos a ese Estado incapaz para que lo derroche. No se da cuenta de que el sector privado ha contribuido al milagro del desarrollo y ha reducido el coeficiente de Gini en las últimas décadas del 55,1 en 1998 al 41,5 en 2019, según datos del Banco Mundial. (Como se sabe, el índice o coeficiente de Gini mide las diferencias de ingresos entre el quintil que más ingresos tiene frente al que posee menos. Una sociedad en la que todos poseen los mismos ingresos tendría 0, mientras en las que solo una persona acaparara todos los ingresos tendría 100. EE.UU. de acuerdo con la medición de 2018, está muy cerca de Perú, con un índice de 41,4).

Pedro Castillo no había nacido en 1968. El general Juan Velasco Alvarado dio un golpe militar en Perú contra el presidente democráticamente electo Fernando Belaúnde Terry. En breve, dotó al Estado de los bancos, los minerales, la pesca y la electricidad. Expropió las grandes empresas, todas las que tenían beneficios, y dictó una reforma agraria que terminó con los latifundios (y con buena parte de la producción agrícola).

¿Qué sucedió? Ocurrió como con el peronismo en Argentina. La pobreza se extendió en el país exponencialmente. La corrupción alcanzó a los militares que Juan Velasco Alvarado puso como gerentes. Recuerdo las ácidas mofas de los peruanos. El general que dirigía la pesca —Perú era el país que más exportaba harina de pescado en el mundo— se apellidaba Tantaleán. Le pusieron “Tontoleón”. En un tiempo récord cayó la producción por exceso de capturas.

Hasta que en 1975 el general Francisco Morales-Bermúdez le dio un golpe militar y decretó “la segunda fase de la revolución peruana”. Pedro Castillo era un niño de seis años (nació en 1969) y seguramente no recuerda aquella época de nacionalismo y tontería, pero Morales-Bermúdez tenía suficiente juicio político y el adecuado peso económico para arreglar las cosas.

Su abuelo Remigio había sido presidente de la República y él mismo había pasado por el Ministerio de Hacienda y Comercio durante el gobierno de Alvarado, así que la “segunda fase” fue la contrarrevolución desde el poder, sacando a escobazos a la izquierda enquistada en el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (Sinamos), el organismo estatal que agrupaba a varias organizaciones sociales y pretendía estimular la participación del pueblo en todos los niveles de decisión. Convocó a una Constituyente, presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre, que proclamó la Constitución de 1979. El 28 de julio de 1980, Fernando Belaúnde Terry retornó al poder mediante unas elecciones ejemplares.

Como yo lo veo, si Pedro Castillo gana y es capaz de aprender de la historia, no trataría este 28 de julio de ser el Juan Velasco Alvarado de hoy. ¿Para qué fracasar entregándole al Estado más poder del que puede administrar? Ninguna de las tareas que Perú requiere pasa por la “primera fase” de la revolución velasquista. El país está profundamente dividido en mitades, pero las dos partes están de acuerdo en que hay que terminar con la corrupción. En mi opinión, si Castillo se dedica a ello, tendrá la admiración y el respaldo de todo Perú. Pero si consagra su tiempo a “hacer la revolución” fracasará rotundamente y probablemente provoque una guerra civil. Los ánimos están muy caldeados.

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